viernes, 12 de septiembre de 2008

A la manera de Holden Caulfield.

Si quieren que les diga la verdad me siento triste. En serio. Dicho así sé que puede sonar a broma. Pero desde luego que no lo es. Maldita sea. Le acabo de decir a Laura que no la puedo volver a ver. Desde luego que es mala suerte. Vas una noche a un bar y una chica guapa se te acerca. Lo nunca visto. Porque las chicas casi nunca se acercan a los chicos así tan de repente. Tienen la idea de que debemos ser nosotros quienes nos acerquemos. Es algo que me revienta. Lo juro. Y la besas y haces y dices todas esas cosas que se deben hacer cuando te estás besando con alguien por primera vez. Ya saben. Hasta le metí mano. Aunque esto fue al día siguiente, cuando volví a quedar con ella. Dios que si la metí mano. Imagínense. Mis manos debajo de su sujetador. Las dos. Hay que ver qué frío tenía yo encima. Hasta tiritaba y castañeaba los dientes. Y ahora le digo que se acabó. Así. Se acabó. No la volveré a meter mano nunca más. Creo que no me gustaba del todo. Pero besaba muy bien y todo eso. En serio que lo hacía. Joder. Qué suerte la mía. Les juro que no tengo solución. Encima otra vez tengo un frío del carajo. No deja de soplar el viento. Está helado. Con razón no hay una puta alma en la calle. Jodido frío.



2 comentarios:

Jaime dijo...

¡¡Impagable!! La de carcajadas que nos hemos echado a la salud de este relato.

Zascandil dijo...

Sólo recomendar, ante tamañana obra de arte, el libro en el que está basado el protagonista del relato:
El guardián entre el centeno