viernes, 19 de septiembre de 2008

Una historia recurrente.

La llamada no dejaba lugar a dudas. Lo había vuelto hacer, y a su manera, que a menudo solía identificarse con la peor y más radical solución a un problema. Carlos, en lo que a ojos de su amigo Javier parecía un nuevo ataque de neurosis afectiva, había decidido dejar a la chica con la que entonces salía. Sin previo aviso, decidió que ella nunca más iba a saber nada de él. Ella se llamaba Clara y ella había llegado más lejos que ninguna otra antes: en una noche, tras horas hablando, lo había besado. Y este beso fue su primer beso. Entonces Carlos tenía 22 años.

Sin embargo éste es el final. Empecemos por el principio.

No se trataba de una tarde cualquiera de un sábado más. No para Carlos. No iba a quedar con sus amigos, tal y como llevaba haciendo de forma rutinaria cada sábado desde la adolescencia. Esa tarde significaba la tercera cita con Clara, la primera vez que le iba a ver en más de una semana. Él trataba de consolidar una relación que, a todas luces, se había caracterizado por una ignorancia romántica que impedía vislumbrar el verdadero transcurso de su quehacer diario. El lugar convenido para el encuentro fue la Puerta del Sol. Seguramente tres cuartas partes de los ciudadanos de Madrid han quedado de una u otra forma en ese lugar. No eran, pues, muy originales, aunque... ¿de qué sirve la originalidad cuando lo demandado es única y exclusivamente la funcionalidad? Carlos odiaba la originalidad gratuita, pensaba que tan sólo traía complicaciones, y lo más importante, no sabía que se podía esperar de ella. La sensación de incertidumbre lo mortificaba.

Él llegó en lo que le pareció diez minutos tarde de la hora convenida. Decimos que le pareció porque nunca llevaba reloj. Quizá fueran veinte minutos tarde. Su impuntualidad para con todo el mundo, fuera quien fuese, constituía otra de sus cuidadas rutinas. Ésta venía propiciada por su ritual, casi obsesivo, de aseo previo a su salida a la calle. Este ritual lo mantenía ocupado en el cuidado de su aspecto unos cuarenta minutos hasta que finalmente salía de casa, triunfante ante el espejo -en su caso, un viejo disco compacto estratégicamente colocado a la altura de su cara en una estanteria, y es que al parecer nadie sabía más que él de lo favorecido del reflejo de uno mismo en un disco compacto-. A veces, y según la opinión de sus propios amigos, Carlos podía ser algo raro.

En ese día el plan era ver una película. La película iba a ser "La Fuente de la vida". Sus protagonistas eran Hugh Jackman y Rachel Weisz, y atendiendo a la calidad de la misma, poco más se puede decir. Carlos desconocía la película, por lo que no tuvo ningún problema en admitir el plan de Clara como bueno. A decir verdad y tras meditarlo un corto espacio de tiempo, el plan podría ser muy bueno. No sólo iba a poder ver una película que desconocía por completo, y de la que se hallaba liberado de prejuicios promocionales y de comentarios de terceros, sino que además la oscuridad de la sala podría invitar a potenciales besos desprovistos de miradas ajenas en los que la lengua cobraría un especial protagonismo.

Como no podía ser de otra manera, se sentaron en butacas contiguas, uno al lado del otro. Clara a la izquierda de Carlos. Y empezaron a besarse. Y a conversar.

- Ayer pasé una noche loca- dijo ella, mirando de soslayo a Carlos, que se había dedicado a dormir largo y tendido la noche del viernes.

- ¿Ah sí? Cuéntame, ¿qué pasó?- se interesó él, con cara seria.

-¿Te acuerdas de Carol? Pues ayer salí con ella, por garitos de Leganés. Nos tajamos un montón...En uno de esos garitos, nos escapamos de nuestros amigos, y...¡acabamos en los baños! - contó Clara, tan aprisa que casi parecía que estuviese emocionada.

- Vaya, pero... - dijo Carlos.

- Pues nada, en eso que entra y subiéndome el top, le dije "hazme tuya". Nos besamos un poco. Pero nada más. Y ya te digo, fue una noche loca, loca...- le interrumpió.

Carlos no dijo más. Sonreía. Pudo haber llorado, pero él sonreía. En aquellos momentos pensó que lo único provechoso que podría hacer era besarla. Y así hizo. La besó. La besó de tal forma que puso en práctica ese viejo refrán que dice que de lo perdido saca lo que puedas. Como un náufrago en una vieja balsa con un acceso de agua y que intenta salvar con premura todo aquello que le puede resultar de utilidad en la isla desierta en la que sabe que pasará buena parte del resto de su vida. Al menos hasta que alguien le rescate.

Lo que aconteció posteriormente apenas guarda ningún interés. Vieron la película y Carlos acompañó a Clara hasta su casa. Allí se despidieron, tras un largo beso. No se dijeron mucho. Quizá Carlos ya sabía que lo mejor era no decir nada. Quizá no deseaba respuestas o quizá sí, pero no en ese momento. No sabía de qué era momento. En el camino de vuelta a casa todo era un quizá. "¿De verdad me gusta Clara?" se preguntaba mientras andaba y dudaba si coger el metro o el autobús.

2 comentarios:

Zascandil dijo...

Desde el día en que se creó el blog el hazmetuyismo reclamaba una entrada. Y ya tiene una bien digna del lugar que ocupa en la Historia.

Jaime dijo...

Eres un pedante de cuidado y además narrado en tercera persona. Has hecho de una anécdota breve, un relato tediosillo. En cualquier caso, se echaba en falta un hito histórico de este calibre, del que tanto hemos aprendido (siempre de lo que no se debe hacer) y con el que tanto hemos bromeado.