domingo, 3 de abril de 2011

Diario de un plavi (Parte I)

Desde su más tierna infancia, Plavito había actuado siempre con un fuerte sentido ético. Creció queriendo ser una buena persona, intentando hacer siempre el bien. Le disgustaban las discusiones, los ruidos y las complicaciones y soñaba con una vida donde reinara el silencio y los problemas no fueran tal. Una vida en la que las personas no se complicaran. Una vida contemplativa.

A pesar de que Plavito creía que tomando dicha actitud los demás también la tomarían con él, las cosas eran bien distintas. Él intentaba agradar a los que le rodeaban en todo momento, pero éstos no pensaban tanto en él. Por ejemplo, Plavito siempre estaba de acuerdo en cualquier decisión que hubiera que tomar, no es que diese siempre su brazo a torcer sino que anteponía la opinión de los demás a la suya propia. Curiosamente esta actitud no recibía muchos halagos, sino que los demás criticaban su falta de iniciativa. Además, dejaron de tenerle en cuenta a la hora de tomar una decisión. Total, él nunca ponía problemas ni aportaba mucho.

Con las chicas le pasaba tres cuartos de lo mismo. Cuando una chica le atraía, intentaba agradarla en todo momento. Tomaba una actitud que se podría definir de servicial, haciendo todo lo que estuviera en su mano para que ella estuviera más a gusto. Desde darle siempre la razón en cualquier tema hasta ayudarla a llevar los libros, cualquier cosa que estuviera en su mano la hacía sin dudarlo ni un instante. 'Curiosamente' (cada vez resulta menos curioso), ellas no suelen enamorarse de sus criados. De hecho, en su afán por hacerla feliz, fue incluso capaz de ayudarla a que saliese con el chico que la gustaba.

Poco a poco, nuestro amigo fue cumpliendo el primer estadio de la filosofía Plavi, que por aquél entonces todavía ni existía:

Era tan, tan bueno, que llegaba a ser tonto.

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